A continuación reproducimos parcialmente una reseña del libro "Cuando el tiempo se detuvo", publicada por Daiane Nora para el Diario El País.
Por: Daiane Nora, El País
Escuchar a su padre gritar en otro idioma mientras dormía o encontrar una cédula de identidad de él con otro nombre, junto a una estampilla de Adolf Hitler, fueron las primeras pistas que indicaron a la niña Ariana que su padre había tenido un pasado turbulento.
Hans Neumann, el exitoso empresario, filántropo y coleccionista de arte que tiene dos calles a su nombre en Venezuela, siempre evitó hablar de su antigua vida en Checoslovaquia. “A veces tienes que dejar el pasado donde está, en el pasado”, decía. Cuando Ariana entró en la universidad escuchó por primera vez que alguien se refería a ella como “judía”, lo que la dejó desconcertada, ya que nunca había escuchado esta palabra dentro de su casa. Más tarde, encontró el nombre de su padre inscrito en la pared de la sinagoga Pinkas en Praga entre las 77.297 víctimas asesinadas por los nazis, con un signo de interrogación en lugar de la fecha de su muerte. Preguntado por la hija, él contestó riéndose en voz baja: “Significa que los engañé. Eso es exactamente lo que significa. Los engañé. Viví.”
Cuando el padre falleció en 2001 debido a una enfermedad, le dejó una caja llena de documentos de sus años de guerra, como quien entregara no solo su testimonio, sino finalmente su consentimiento para que descubriera quién era de verdad. Así fue como Ariana Neumann empezó una investigación que le llevó casi dos décadas y acabó volcando en el libro Cuando el tiempo se detuvo (Nagrela). Recopiló documentos, fotos, cartas; recorrió las mismas calles, llamó a las mismas puertas y giró las mismas manillas que su padre 50 años antes, para desvelar un pasado de “horror”, pero también de “valentía, de amistad y de amor”.
El documento de identidad de Jan Sebesta, el nombre falso de Hans Neumann, fechado en octubre de 1943.ARCHIVO DE ARIANA NEUMANN
El 15 de marzo de 1939 estalló la tormenta en Checoslovaquia. El Tercer Reich entró en el país sin apenas resistencia y empezó a imponer diversas leyes antisemitas. Primero prohibieron a los niños ir a la escuela y, para esquivar la situación, los Neumann organizaron e impartieron clases en un conservatorio clandestino en Praga, donde vivían entonces. Después prohibieron las mascotas, así que la familia dejó su perro al cuidado del vecino. Prohibieron a los judíos ir al teatro, a los restaurantes, a los parques. Expropiaron sus bienes y les obligaron a identificarse con una insignia amarilla en forma de estrella. A finales de 1939 había tantas imposiciones en vigor que cada semana se editaba una publicación para divulgarlas. Su primo Ota, que supuestamente había nadado en un sitio prohibido, fue enviado a Auschwitz y asesinado 17 días después de llegar al campo.
Mientras el antisemitismo crecía, una valiente y apasionada mujer no judía llamada Zdenka se enfrentó a su familia cuando decidió casarse con un tío de Ariana, Lotar Neumann. La misma Zdenka, tiempo más tarde, protagonizó la hazaña de infiltrarse en el campo de concentración de Terezín haciéndose pasar por una prisionera para llevar comida a su suegra, Ella, abuela de Ariana. Ella había sido enviada junto con su marido, Otto, a ese campo de concentración en 1942, un espacio modelo que servía de campaña propagandística nazi. Terezín permitía a los presos realizar actividades culturales, pero los obligaba a hacer trabajos físicos forzados y ocultaba todo un sinfín de torturas. El sitio llegó a albergar cerca de 160.000 judíos; de ellos, más de 34.000 murieron por enfermedad o inanición.
Niñas en una escuela clandestina en Praga en 1941.ARCHIVO DE ARIANA NEUMANN
Para comunicarse con Ella y Otto cuando estaban en el campo de concentración, sus familiares crearon un sistema de contrabando por el cual enviaban a Terezín alimentos, ropas y misivas. Por el mismo sistema, los prisioneros les respondían con “cartas muy abiertas, en las que escribían a sus hijos sus pensamientos y miedos más íntimos, porque no sabían si sería la última vez que les escribirían”, cuenta Ariana. En una de sus primeras misivas, Otto relata el choque que sufrió cuando llegó a Terezín: “Esto es una locura, apenas hay comida para medioalimentarse, y si alguien no dispone de medios para comprarla, morirá de hambre sin que nadie lo note”.
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