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La última carta de Shimon Peres

Actualizado: 2 ago 2021


Crédito GPO


Les presentamos la última carta escrita por Shimon Peres, expresidente de Israel y premio nobel de la Paz, fallecido el 28 de septiembre de 2016.


Esta carta fue publicada en español por Nagrela Editores en Soñar sin límites, la autobiografía de Shimon Peres.


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He visto cosas extraordinarias a lo largo de mi vida. En mi infancia, viajé en carruajes tirados por caballos en Vishneva. Cuando era presidente, presencié el nacimiento del primer coche sin conductor. He visto tecnología capaz de enviar al hombre a la Luna y vacunas que han erradicado enfermedades mortales de la faz de la Tierra. He visto cómo billones de personas eran sacadas de la pobreza; un mundo que sigue en conflicto, pero más pacífico que en cualquier otro momento de la existencia del ser humano. Y he visto al pueblo judío pelear por una pequeña porción del desierto y convertirla después en un país que ha superado nuestros mejores sueños.

Soy consciente de que el progreso no ha sido constante. Ha tenido sus momentos irregulares, con trágicos retrocesos. Las potencias aliadas derrotaron a los nazis e hicieron del mundo un lugar seguro para la democracia; pero antes tuvieron que morir millones de personas. La división del átomo tenía el potencial de crear nueva energía y avances científicos; pero también de infundir el miedo a que alguien apretara el botón y provocara una catástrofe global. Internet ha permitido que millones de personas en todo el mundo rompan con antiguos dogmas; pero también facilita que las fuerzas del mal difundan el odio en un instante. Hemos visto lo peligroso que es que la tecnología no coexista con la moral.

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Mientras escribo estas líneas, otros peligros nos acechan. El declive de la tolerancia. El aumento del nacionalismo. Un mundo que vive el apogeo de una prosperidad no compartida, donde la desigualdad crece, tanto dentro de las fronteras de los países como entre ellos. A pesar de estas tensiones, yo sigo siendo optimista.

No solo porque está en mi naturaleza sino porque veo vientos que soplan en dirección del progreso para contrarrestar esos problemas. Estamos en plena transición de una era a otra. No es la primera vez que la humanidad vive un proceso de transición, pero esta vez es más rápido e integral. Es el salto de la era del territorio a la era de la ciencia.

La edad del territorio se caracterizaba por la adquisición. Los líderes de las naciones buscaban aumentar su poder ganando territorio, casi siempre por la fuerza. Si uno aumentaba su capacidad militar, las potenciales víctimas se armaban.

La guerra era entonces inevitable. Las vidas y los recursos perdidos eran su moneda de cambio. Y la ganancia de uno era automáticamente la pérdida del otro. Hoy en día la tierra ha dejado de ser tan importante como fuente principal de subsistencia de la humanidad, dando paso a la ciencia. A diferencia del territorio, la ciencia no tiene fronteras ni banderas. La ciencia no se puede conquistar con los tanques o defender con aviones de combate. No tiene restricciones. Una nación puede aumentar sus logros científicos sin arrebatarle nada a nadie. De hecho, los grandes logros en ciencia aumentan la riqueza de todas las naciones.

Por primera vez en la historia, podemos ganar sin que alguien tenga que perder.

En la era de la ciencia, el poder tradicional de los Estados y de los líderes mundiales está en pleno declive. Ya no son los políticos, sino los innovadores, quienes impulsan la economía mundial y ejercen más influencia. Los jóvenes líderes que crearon Facebook y Google han provocado una revolución sin matar a una sola persona. La economía globalizada afecta a todos los Estados, pero ninguno tiene el poder suficiente como para determinar los resultados. Somos parte del nacimiento de un mundo nuevo.

Los descubrimientos del pasado han demostrado el poder de la ciencia. Cuando mi abuelo estaba en la plenitud de la vida, por ejemplo, alguien con una infección de muelas no tenía remedio, se enfrentaba a un dolor terrible y puede que a la muerte. Hoy en día los antibióticos nos permiten vivir mejor que a la realeza del pasado reciente. La revolución de la alta tecnología puede ser igual de decisiva.


Ya hemos podido comprobar que la tecnología móvil es capaz de derrocar hasta a la dictadura más implacable. Los gobiernos que intentan restringir la libertad de expresión fracasan una y otra vez. En Oriente Próximo hay casi 130 millones de chicos y chicas con teléfonos inteligentes. Puede que no consigan escapar de sus Gobiernos, pero con el nuevo acceso al conocimiento pueden escapar de las antiguas ideologías. Es posible que pronto la paz se pueda alcanzar, no solo con negociaciones sino con innovación.


El progreso tecnológico ha tendido puentes entre fronteras, idiomas y culturas.


Es imposible saber hoy las posibilidades que esta interconectividad regeneradora puede llegar a ofrecer. Porque las transformaciones, por muy valiosas que sean, no suelen seguir un curso definido. No se pueden crear conexiones si antes no existía una distancia, pero tampoco se consigue conectar si la distancia es muy grande. En el mundo actual, la separación entre generaciones es más grande que entre naciones. Hoy en día los jóvenes son los que pueden tener un impacto más fuerte a nivel global que el que los dirigentes o los generales hayan tenido nunca. Los que siguen arraigados en el pasado se resistirán al futuro.


Oriente Próximo sigue sufriendo hoy. La afección surge de la violencia generalizada; de la falta de alimentos, agua y oportunidades educativas; de la discriminación a las mujeres, y de manera más virulenta, de la ausencia de libertad. En nuestra región muchos se aferran a la vieja idea del poder territorial. Aún somos testigos de guerras terribles lanzadas por gobiernos del antiguo orden, esos que prefieren recordar antes que soñar. Sin embargo, la tendencia es inequívoca: las guerras demuestran ser cada vez más inútiles. Han perdido su motivación racional y su justificación moral. Y aunque los déspotas tengan el poder de matar a miles de personas, no pueden matar una idea.

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La generación joven debe completar esta transformación. Necesitamos una generación que vea en el liderazgo una causa noble, que no se caracterice por la ambición sino por la moral, por la llamada al servicio público. Necesitamos líderes que crean que se puede cambiar el mundo sin disparar y matar, sino creando y compitiendo; líderes que prefieran ser controvertidos por un buen motivo que populares por los motivos equivocados; líderes que utilicen más la imaginación que la memoria. Yo tengo grandes esperanzas, porque estoy convencido de que esa generación está aquí, caminando por el mundo en este mismo instante. Y vosotros, los jóvenes del mundo, espero que sigáis también lo que Ben Gurión me enseñó. Con él aprendí que la visión de futuro debería definir la agenda del presente; que uno puede salvar todos los obstáculos a fuerza de fe; que no hay nada más responsable que asumir riesgos hoy pensando en las oportunidades que pueden traer mañana; que así como el nacimiento pasa por el dolor del parto, el éxito pasa por el dolor del fracaso.


No espero que os fiéis de lo que dice un viejo. Si me he ganado el título de experto, es en lo que ya pasó. No hay expertos en lo que va a pasar. Pero a pesar de no saber qué va a pasar en el futuro, sigo siendo un hombre lleno de esperanza.


Espero la paz. Espero que sigamos haciendo de la Tierra Prometida una tierra prometedora. Espero que Israel defienda la justicia social como un país con altos valores morales. Espero que alcemos la mirada para ver los sueños de nuestros profetas hechos realidad, aquellos que nos mostraron que la libertad es el alma de la herencia judía. Mi gran esperanza es que nuestros hijos, como nuestros ancestros, continúen arando el histórico surco judío en el campo del espíritu humano; que Israel se convierta en el centro de nuestra herencia, no solo nuestra patria, y que el pueblo judío reciba inspiración de los demás y sea a la vez fuente de inspiración para otros.


Celebro que las distintas etapas de mi vida estén entrelazadas con el nacimiento y la construcción de Israel. Estoy eternamente agradecido a Ben Gurión, que me invitó a trabajar con él y que me otorgó el privilegio de servir a mi país.

Durante setenta años, inspirado por su liderazgo, he intentado que Israel cobrara fuerza, construir su defensa y perseguir la paz para mi pueblo, que es lo que deseamos con toda el alma. Amo este país: el olor de los naranjos en flor en la primavera, el murmullo del río Jordán, la silenciosa paz de las noches en el Néguev y sus gentes, que durante toda mi vida me han demostrado que son valientes, fieles, generosas y fuertes.

No me tengo por un hombre complejo. La vida me fue dada, unos dos mil quinientos millones de segundos; hice mis cálculos y decidí utilizar esos segundos para causar un impacto positivo. Creo que elegí bien. No me arrepiento de ninguno de mis sueños. Solo me arrepiento de no haber soñado más. La vida me fue regalada. La dejaré sin ninguna deuda pendiente.

De vez en cuando, alguien me pide que repase mi carrera y elija el logro del que estoy más orgulloso. Siempre respondo con la historia del gran pintor al que un día se acerca un admirador.

—¿Cuál de sus pinturas considera más hermosa? —le pregunta el hombre.

El pintor mira al hombre y luego desvía su mirada hacia el gran lienzo en blanco que descansa sobre un caballete en el rincón de la habitación.

—La que pinte mañana —contesta.

Mi respuesta es la misma.

Shimon Peres

Septiembre de 2016

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