Reproducimos a continuación el Epílogo escrito por Eva Leitman-Bohrer del libro Los papeles secretos de Pape.
He aquí la vida y la muerte pongo delante de ti, la bendición y la maldición, y elegirás la vida.
Devarim 30, 19
Crecí sabiendo que mis padres llevaban la carga de un pasado difícil. Sobrevivientes de la guerra y la persecución nazi, se esforzaban por construir para nosotros una familia feliz. Aunque preferían no hablar de esos años, de vez en cuando dejaban entrever algún recuerdo. Al final, quedaba siempre un trasfondo de misterio y preguntas sin respuesta.
A pesar de nuestra integración en España, con el paso de los años comencé a sentir la necesidad de conocer mis verdaderas raíces y estructurar de alguna forma la genealogía de mi familia. Pero eran otros tiempos y los hijos no cuestionábamos a los padres, por lo que nunca me atreví a preguntarles sobre sus vidas en Hungría.
Regresé por primera vez a Budapest en 1990, a aquella Hungría que apenas salía del régimen comunista. Era un invierno duro y la ciudad, que parecía estar atrapada en el pasado, no despertó en mí más que algo de tristeza.
El tiempo pasó, mis hijos se hicieron adultos y tras mi jubilación, al final de una satisfactoria vida profesional, el trabajo comunitario judío tocó a mi puerta. Siguiendo el ejemplo de mis padres, me involucré en la B’nai B’rith, CEMI, AKIM, la Comunidad Judía de Madrid, la Fundación Violeta Friedman y, con especial dedicación, a la memoria de la Shoá. A partir de entonces empecé a sentir una necesidad cada vez más fuerte de saber más sobre mis propios orígenes.
Mi segundo viaje a Budapest, junto a mi esposo Elías, me llevó a descubrir una Hungría primaveral y alegre. La capital, bastante renovada y luciendo el esplendor de otras épocas, provocó en mí un extraño afecto y una primera conexión con esas raíces, además del impacto emocional frente a las huellas de las masacres en el gueto y en las orillas del Danubio, recordadas en las numerosas placas que salpicaban las calles del barrio judío.
Seguí trabajando y después de asistir a un curso intensivo para profesores sobre la historia de la Shoá, en la Escuela Internacional de Yad Vashem de Jerusalén, consideré que había llegado el momento de la introspección con los pocos elementos de los que disponía.
Mis actividades y mi propia historia se enriquecieron con una relación cada vez más cercana y afectuosa con la familia del embajador Ángel Sanz Briz. Con ellos, y junto a Elías, mi hijo Raphael y su esposa Julia, fui por tercera vez a Hungría; el alcalde de Budapest había promovido que una avenida recibiera el nombre de Sanz Briz y erigió un monolito en su honor. Junto a los amigos y cómplices del Centro Sefarad-Israel, ese fue un viaje maravilloso, emocionante y cargado de una historia que yo ya reconocía como propia.
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La muerte de mis padres atenuó mis reservas para tratar de saber más sobre lo que habían vivido y sufrido. En particular, tenía sed de información relativa a mi padre biológico, de quien solo conocía su nombre y que murió asesinado en una de las Marchas de la Muerte.
En el verano de 2019, las Macabiadas europeas —los juegos olímpicos judíos— me llevaron nuevamente a mi tierra natal. Setenta y cinco años después de la guerra y la persecución nazi, allí estaba yo, junto a mi hijo Raphael, mi nieta Rebecca y Juan Carlos Sanz Briz, hijo de nuestro Ángel de Budapest, abanderado de la delegación española en el desfile, frente a miles de deportistas judíos de toda Europa en el gran estadio de Budapest y en presencia del presidente de Hungría y miembros del Gobierno. Agradezco a los directivos de Maccabi España la invitación a participar en este maravilloso evento. Una emoción imposible de describir.
En todo este proceso, desempeñó un papel fundamental la embajadora húngara en España, Enykö Györi, quien durante sus años en Madrid logró reconectarme con mis raíces a través de una fluida y amistosa sintonía. Antes de culminar su misión, me sorprendió al anunciarme que su Gobierno me distinguía con la Cruz de Oro del Mérito de Hungría; me fue impuesta en una ceremonia íntima y me sentí muy honrada por mi país natal.
Durante el proceso de examinar una y otra vez los papeles de Pape y gracias a mi amiga Susan Guenun, conocí a la periodista y escritora panameña Alexandra Ciniglio, cuyo esfuerzo, perspicacia, paciencia y profesionalidad me han permitido reconstruir y contar esta parte de mi historia. Siempre recordaré con mucho afecto nuestras reuniones en mi casa, desenredando y navegando entre los papeles de Pape.
Quiero expresar mi sincero agradecimiento a Jose Antonio Lisbona por su valioso aporte para lograr el rigor histórico que requería este relato, así como a Alex Baer, a Jacobo Israel, a Uri Macias y a Miguel de Lucas por su acompañamiento permanente en la búsqueda y tratamiento de datos en los distintos escenarios en los que transcurre mi historia familiar.
Agradezco también a mi familia y especialmente a mi esposo Elías, que me acompañó en todo el proceso, siempre preocupado en ayudarme a encontrar las palabras exactas que me permitieran transmitir mis sentimientos más profundos.
Valga el esfuerzo para legar a mis queridos hijos, nietos, sobrinos y sus respectivas descendencias, algo de nuestras raíces húngaras y de nuestra memoria familiar.
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